HISTORIA DE UNA VOCACIÓN

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. Así todo lo que pidáis al Padre en mi Nombre, él os lo concederá. (Jn, 15, 16)

 

Las historias siguientes, escritas por nuestras hermanas, describen el trabajo de Dios en sus vidas, cómo Él reveló su plan divino y cómo ellas respondieron a su llamada. Cada historia es única, los elementos comunes pueden ser encontrados en el deseo de darse totalmente a Cristo y a su Iglesia.

Sor María Teresa de Jesús

Testimonio

Antes de todo empezaré presentándome, me llamo Mª Teresa Marzá Gellida, nací en Benicarló el 12 de enero de 1967. Doy gracias a Dios porque me llevó a nacer y crecer en el seno de una familia cristiana.

Desde pequeña mis padres me dieron a conocer a Dios y me enseñaron a amarle. Estaba bien integrada en la parroquia desde mis cuatro añitos, en que cada domingo acudía a misa y después teníamos el “rebañito”. Después vino la primera comunión y seguí en catequesis hasta la confirmación, luego me integré en  un grupo del Moviment de Joves Cristians de nuestra diócesis. Durante estos últimos años fui catequista de confirmación.

Llegaron los 18 años y marché a estudiar a Valencia, donde me licencié en biología. Fue cuando dejé el grupo de jóvenes cristianos al que pertenecía, tal vez fue la comodidad, pues del poco tiempo del fin de semana del que disponía para estar en casa, era demasiado darle dos horas al Señor los sábados por la tarde. Y como cuando la fe no se vive en comunidad se va debilitando, pues no llegue  a dejar del todo al Señor, pero le dedicaba muy poco tiempo, menos oración, menos sacramentos………… caí en picado hacía una vida volcada hacia  fuera, donde lo importante para mí era salir, disfrutar, divertirme, y dentro de mí se iba creando un vacío, que era el que yo no dejaba llenar a Dios.

Gracias que Dios permanece siempre y tiene para todo su momento……

Cinco años más tarde a través de mi madre conocí un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica (R.C.C.). Descubrí que vivía vacía por dentro y que realmente necesitaba a Dios, necesitaba redescubrir su amor por mí, necesitaba que curara heridas, que limpiara mis pecados. En un retiro en Castellón, el Señor me hizo experimentar cuanto me amaba a pesar de que yo le había dejado a un lado en mi vida, el curó mi corazón, dejé de sentirme culpable  al sentir en  mi vida como actuaba su misericordia. Sentí que era una persona nueva, y lo más precioso que ha pasado en mi vida empecé a sentir más sed de El cada vez.

Necesitaba recibirle cada día a través de la Eucaristía, necesitaba estarme con El en oración. Comencé de nuevo a dar catequesis, todo me parecía poco, me metí en el voluntariado de prisiones de Caritas, pero El me pedía más, y me di cuenta que me pedía todo, que me quería toda para El. Y en este momento comenzó la batalla, pues me costó verlo claro. En mi interior no acababa de entregarme, pensé que tal vez era mi imaginación (esto era una excusa), la verdad era miedo a darle todo. Pero al final tuve que rendirme, Él pudo más.  “Me sedujiste Señor y me dejé seducir”.

A partir de ahí, me inundo una gran paz y alegría, pero llegó un segundo problema.

¿Dónde me quieres? ¿Qué vocación has soñado para mí?”. Y yo quería acertar, quería que se hiciese su voluntad y no la mía. Desde un principio mi duda estaba sólo entre la vida activa y la contemplativa.

La vida activa me era más conocida, y aunque en casa me decían que así podía sacar provecho a mis estudios, pensé que tenía que estar abierta a los planes de Dios en mi vida. ¿Por qué no conocer algo más sobre la vida contemplativa y una vez conocida elegir?

El Señor tiene sus caminos, y con mi madre y una servidora del grupo de oración fuimos una tarde a Sant Mateu, porque nos habían dicho que había allí unas monjas que ofrecían su iglesia para que se formase allí un grupo de oración. ¿Y qué ocurrió? pues que tan sólo salir de esa visita a las monjas tenía tal alegría dentro de mi corazón que esa noche no podía dormirme, y en la oración de los días siguientes intuí que aquel era el sitio donde el Señor me quería.

Empezamos allí el grupo de oración, al cabo de unos meses se disolvió pues la gente no perseveró, pero ¡Gloría al Señor!, tal vez fue un medio que el Señor usó para darme a conocer su voluntad.

En marzo de 1993 estuve cinco días con ellas, dentro de clausura, realizando una experiencia y realmente el Señor me confirmó que aquel era mi sitio, me sentí muy a gusto, como si toda mi vida hubiese estado allí. El 17 de octubre de 1993 ingresé en el monasterio como postulante. El 15 de octubre de 1994 comencé mi noviciado y me vistieron el hábito, y el 15 de octubre de 1995 hice mi primera profesión temporal, que renové durante tres años hasta el día 12 de octubre de 1998 en que me consagré a Dios mediante los votos solemnes de castidad pobreza y obediencia, para toda mi vida.

Supongo que os preguntareis: “¿y después de todos estos años en el convento eres feliz?  ¿Qué sentido tiene que una joven se encierre en un convento, cuando hay tanto que hacer en el mundo? ….. y muchas más cosas a las que me gustaría poder responderos.

Pues os digo que sí, que soy no sólo feliz, sino que soy muy, muy feliz. Porque aunque al principio cueste adaptarse a este tipo de  vida, a las costumbres del convento, aunque parece que renuncias a muchas cosas, es mucho mayor el gozo por lo que recibes, que  el que te pueden dar las cosas que dejas. Dios da el ciento por uno, para mí no hay mayor gozo que ser toda de Dios, vivir sólo para El. Él se ha convertido en mi Todo, en mi Centro, en mi Peso. Él llena toda mi vida, mi corazón, mis afectos y mis deseos.

En cuanto al sentido de una vida dedicada exclusivamente a la oración, creo sinceramente que sin oración nada podemos, que los misioneros, los sacerdotes, los religiosos no podrían ser lo que son, ni llevar a Cristo a los hermanos. Que todo en la iglesia depende de la  oración, de nuestra relación íntima con Dios, de la de cada uno de todos nosotros. Somos dentro de la  Iglesia su corazón, bombeamos la sangre, el oxígeno, que fluye por todo el cuerpo.

Estamos en el mundo sin ser del mundo, intercediendo por todos, por todos los miembros de la Iglesia, y por todos  los que están alejados de ella, o simplemente nadie se la ha dado a conocer. Intercedemos por todas las necesidades del mundo.

También me siento llamada a suplir todas las faltas de amor hacía Dios. Dios tiene sed del amor de sus hijos. A amar a Dios, a que el reciba mi amor y en él, el de todos aquellos que conociéndole  le han olvidado, le han puesto en un rincón, el de aquellos que le desprecian, el de aquellos para quien se ha vuelto indiferente, esto si debe dolerle a Dios, la indiferencia de sus hijos, y yo quiero compensar en su corazón esta falta de amor, amarle por todos aquellos que no le aman.

De verdad que vale la pena dar tu vida a Dios, para que El la utilice como quiera.

 

A todos os coloco en el corazón de Dios, que El os bendiga.

Sor Raquel de los Ángeles

Testimonio

¿Qué por qué quiero ser monja?… 

Muchos me lo preguntáis, así que escribo estas letras para compartir con todos lo que Dios ha hecho y está haciendo en mi vida.

Hace medio año tomé la decisión de entrar como postulante (aspirante a monja) en un monasterio de clausura (el de las agustinas, en Sant Mateu). Esto suena surrealista si miramos la sociedad actual y la vida que hasta mi entrada en el convento he llevado.

Quien no me conoce puede pensar que soy una beata, una santita… ¡Ojalá! Pero quien me conoce un poquito sabe de sobra que no es así. De niña fui siempre muy introvertida, pensando que era el patito feo, poco estudiosa, gordita, con granitos,… ¡Vamos: poco vistosa! Y esto creó en mi niñez una gran sensación de vacío afectivo. Cuando crecí y empecé a ser “más vistosita” creí entender que esto era lo importante: llamar la atención, ser sociable, simpática, amable,… ¡Todo fachada! Caí en el peligro de preocuparme tanto de lo de fuera que descuidé lo de dentro, todos los dones que Dios me había regalado los estaba aprovechando para llenar mi yo afectivo en lugar de compartirlos con los hermanos. ¡Cuán ignorante fui!

En mi adolescencia me comporté como un pavo real: presumiendo de mis plumas. Pero, como al susodicho, cuando está bien hinchado, resulta que le despellejan, le cortan a trocitos, le guisan y sirve de alimento a unos comensales, esto mismo hice yo conmigo. Sin embargo hay algo que ningún mortal puede matar y es la conciencia; esta gritaba en mi interior día y noche, sabía que la belleza exterior, el dinero, la fiesta, el trabajo, los amigos de juergas, todo esto pasa, llevándose cada cual un trozo de mi; y llega un momento que te paras, miras a tu alrededor y ves que no te queda nada.

Yo tuve la gran suerte de seguir teniendo una familia a mi lado, aunque muchas veces no lo merecía; de tener amigos de verdad y gente que me quería bien; y sobre todo pude contar con el apoyo de la Madre Iglesia, sí, esa que miramos tan mal y hemos injuriado tanto. Ella es la que me ayudó a reconstruir mi interior, a poner valores en mi vida y entender que la culpa de lo que a mí me pasaba no la tenían los demás, eran mis elecciones las que me han llevado a momentos desesperanzadores en los que todo me daba igual, vivir que morir ¿qué importaba?… Fue la Iglesia la que dio sentido a mi vida por medio de Dios y ha sido la Virgen la que ha llevado mi vocación en todo momento. Si por mí fuera seguiría malviviendo por ahí, vendiéndome a cualquier precio por un poco de cariño y matándome a trabajar por un poquito más de dinero con el que sólo compraba los lujos para el cuerpo, destruyendo el alma. Es del alma de quien nos debemos preocupar, pues ya se encargará el que vive dentro de tener la fachada arreglada.

Cuando tienes acontecimientos en que te hallas entre la vida y la muerte (lo que me ocurrió con mis dos accidentes de coche en poco tiempo) te planteas preguntas existenciales: ¿qué hay detrás de la muerte?… ¿En qué estoy gastando la vida?…  En el único sitio donde encontré respuesta convincente a estos enigmas fue en la Iglesia, y no se trata de creerlo o no, se apoya en la evidencia de que la vida avanza, bien hacia donde yo y mi destino quiere (pues no sólo depende de mí) o bien la pongo en manos de Dios y me fío de lo que él dispone; esto a primera vista parece más loco, pero os confirmo que da más plenitud y seguridad responder a su llamada. Nunca te obliga a nada y si te dejas guiar,… ¿dónde te va a llevar tu Padre, que te quiere, te conoce, es creador y poseedor del mundo entero? Por supuesto al sitio más adecuado para ti, en el que llegues a ser más feliz.

¡Es lo que hoy por hoy, con satisfacción estoy experimentando y os comparto!

Sor Fátima de la Divina Misericordia

Testimonio

Mi nombre religioso es sor Fátima de la Divina Misericordia. Nací en una familia de una fe muy tradicional. Aunque desde muy pequeña me gustaba hacer oración y sentía la necesidad de acudir a la Eucaristía diariamente, nunca pasó por mi mente ser monja. Era algo que no entraba en mis planes.

En mi adolescencia mi relación con el Señor se fue enfriando, me fui apartando de Él hasta que abandoné la oración por completo. Pasé por una crisis de fe y valores, no encontraba sentido a mi vida, estaba vacía por dentro. Así pasé gran parte de mi juventud. Dios no obliga a nadie a aceptar su Amor, sino que nosotros mismos elegimos. Pero el Señor seguía amándome y esperando la ocasión de que yo le abriera de nuevo las puertas de mi corazón.

 El primer toque de gracia fue al ver el documental religioso La Última Cima con el cual sentí un fuerte deseo de conversión. Por medio de mi madre conocí la renovación carismática. Aquel día marcó definitivamente un antes y un después. Al invocar por primera vez al Espíritu  Santo, me inundó tantísima paz que llenaba completamente todo mi ser. El Señor estaba transformando mi corazón de piedra. En este tiempo jugó en mi un papel importante la oración. Hacía oración y cada día necesitaba más, sentía una llamada a estar, a vivir, a profundizar en la oración. Cómo? No la acababa de intuir pero la oración me llenaba y renovaba mis fuerzas.

 Comencé a ir a diario a misa y acudí a la confesión general. Este día fue el día de la Divina Misericordia y no fue precisamente porque yo esperara esta fecha para confesarme, fue la Providencia Divina que marcó en día tan señalado el fin de una vida sin rumbo para empezar una nueva vida de bendición, alegría y paz que sólo y únicamente Dios puede dar.

 Pedí dirección espiritual a un sacerdote de la renovación que me ayudó a conocer la fe y vivirla.

Pasado un tiempo un día arrodillada delante del cuadro de la Divina Misericordia sentí un inmenso amor de Dios hacía mí y seguridad de que el Señor me pedía más de lo que le estaba dando. En mi interior, en este instante resonaba un “sí ” con mucha fuerza, aunque a la vez sentí pánico y miedo de lo que aquello podría significar.¿ Cómo Dios me puede llamar a mi ? Cómo puede quererme así, tan pobre y pecadora ?

Es que Dios tiene que estar completamente loco! Si, ¡ lo está! Pero totalmente loco de Amor por cada uno de nosotros y especialmente por los pecadores.

 El culmen de todo fue la peregrinación al santuario de la Virgen de Fátima, donde recibí la respuesta clara de que el Señor me estaba llamando a una vida de entrega mayor y a vivir sólo para Él. Volví con la convicción de sentirme invitada por una predilección amorosa de Dios.

 Ayudada por mi director, confiándole mis anhelos de pertenecer enteramente a Dios, me llevó a conocer el monasterio de monjas agustinas de San Mateo. Ahora cuando ya me encuentro integrada en este estilo de vida, sigo cada día más enamorada de Dios y de mi vocación de monja agustina.

 Mi pasado y mi futuro quedan en el Corazón Misericordioso de Jesús y bajo la llama de Amor del Corazón Inmaculado de María.

 Estoy convencida de que si muchos jóvenes de hoy comprendiesen la vida que se vive en los monasterios de vida contemplativa se mostrarían inquietos por vivirla. “Señor, que bueno es estar aquí”  (Mt 17,4)