HISTORIA
Nuestro Monasterio de Santa Ana empezó su andadura el 3 de noviembre de 1590 cuando cuatro hermanas, al frente de las cuales estaba la M. Úrsula Falcó, bajaron desde Mirambel (Teruel) para instalarse en las dependencias que el pueblo de Sant Mateu, capital del Maestrazgo, donaba a la Orden de San Agustín para hacer presente la vida contemplativa en la localidad. Había sido un ruego nacido de la misma gente del pueblo, acogido y gestionado por el agustino José Ramos y aprobado por el obispo de Tortosa Gaspar Punter.
La santidad de hermanas como la fundadora o sor Josefa San Juan, entre otras, dieron altura espiritual al convento y comenzó una progresiva afluencia de vocaciones que supuso y exigió a su vez una ampliación y mejora del sencillo inmueble inicial. Progresivamente se fueron adquiriendo las casas contiguas y el terreno libre que permitiera la construcción de una espaciosa y digna iglesia conventual, que con el tiempo vendrá a ser uno de los edificios característicos del arte arquitectónico local por su singular fachada.
La empatía con el pueblo de Sant Mateu se iba fraguando, con el paso de los años y los siglos, en nuevas costumbres y devociones populares como la de Santa Rita, mantenida hasta el día de hoy, o la de San Nicolás de Tolentino que ponía en movimiento a toda la niñez local con su tradicional jornada de peregrinación a la ermita de la Virgen y sus alegres silbos, provocados con los jarros-cantores confeccionados para la ocasión en la cercana localidad de Traiguera, y que todos los niños llevaban en la romería que concluía a su vuelta en el convento de las agustinas. Devoción arraigada fue también la de la Virgen del Consuelo y correa, patrona de la Orden, que contaba con una cofradía encargada de festejos y actos de piedad en torno al primer domingo de septiembre en que se celebraba la solemnidad.
Devoción y avatares políticos siguieron entretejiendo la vida de ambos, avatares políticos como los vividos a la llegada de los franceses en 1811, que supuso la pérdida de los conventos de capuchinos y dominicos pero de los que, los vecinos, consiguieron defender y salvar al monasterio de las agustinas. Aquí incluso pudieron refugiarse y acabar sus días las hermanas de Morella que vieron arrasar su monasterio en esta contienda.